EL CAMINO INICIÁTICO DEL REFINAMIENTO

A. CLAR / C. JOVER

El curioso formato de esta muestra antológica se corresponde con los nuevos tiempos, en los que a los viejos conceptos centrales y aparentemente sólidos les ha sucedido una fenomenología de lo individual y de lo concreto de pies bailarines (como diría el de Sils Maria), que por ejemplo en el caso de la confrontación al poder omnímodo del imperio se sustancia en mallas difusas de células activas en la sombra.

En lugar de utilizar los espacios del poder, con la aceptación de la genuflexión que ello comporta, como podrían ser en el caso de nuestra provincia imperial La Lonja o el Casal Solleric sin ir más lejos, Cris Pink (Koblenz, Alemania, 1956) ha preferido una solución periférica más a la manera del concepto de emboscadura de su discutido, denostado pero admirado aquí compatriota Ernst Jünger. Cris eligió ya hace muchos años la periferia del imperio para trabajar, y lo ha hecho ahora para mostrar una extraordinaria retrospectiva de su obra entre 1988 y 2004. Entre el espacio del Centre d’art sa Quartera de Inca y el Casal can Gelabert de Binissalem se puede recoger una visión bastante completa del camino recorrido, un verdadero camino iniciático hacia la más afinada depuración de formas y maneras.

Del viaje por este anti-Congo personalísimo (al contrario del buscador de Kurtz y del sentido del horror, estamos aquí ante la búsqueda del concepto de belleza extasiada, al sentido oriental) se parte en el espacio de Inca de unas primeras etapas muy marcadas por la influencia de Anselm Kiefer, en las que la contundencia de las imágenes, de clara filiación arquitectónica, plantea ya la pugna con ese amenazador movimiento del poder hacia la condensación del centro. La paleta es oscura y corta, el trazo marcado y expresionista, la sintaxis, desnuda. De ese emplazamiento en la ribera del río pudo escapar (pues la estética que retrata el poder también seduce irremisiblemente) progresando hacia un lugar medio entre el expresionismo abstracto a la manera europea y un pseudoinformalismo con amplia gama de color, en el que se cruzó (otra vez el símil africano con el encuentro entre Stanley y Livingstone) con el Xavier Grau intermedio, el más conocido. Allí empezaron a aparecer el amarillo y el rojo, y también el spray y una corta incursión en el collage. Pero el río se perdía hacia arriba, y había que seguir.

La siguiente etapa presenta ya una clara disposición hacia la reducción minimalista de las formas y maneras, planteando incluso el tema del fenómeno como objeto de deseo y de retrato. El tratamiento con cera líquida aparece por primera vez, y el equilibrio de las obras se alcanza hasta en la pura geometría. El círculo representa, como siempre, la pureza de la anhelada perfección. De ahí a la etapa final, mostrada en can Gelabert, discurre un proceso personal que ya vive inmerso en ese environment de armonía, donde la belleza alcanzada se expande como una música y un paisaje, hacia todas las esquinas de la obra. Importante muestra, pues, cuyo recorrido hace comprensible la aventura del arte, aún más venturosa en el caso presente de Cris Pink por una part forana que comienza a presentar batalla.

 

EL MUNDO, Cultura, 7 junio 2004
Cris Pink. La temperatura del color. Centre d’art sa Quartera, Inca.
Casal de cultura can Gelabert, Binissalem.

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