MATÍAS VALLÉS
Cris Pink (Koblenz, 1956) es una artista figurativa que pasó a la abstracción. Monitora de arte terapia y creadora de una escuela de diseño, llegó a Mallorca en 1986 para pasar un verano. Se quedó para siempre.
Trabaja con la galería hamburguesa Hengevoss-Dürkop. Hoy inaugura 'La esencia del agua', su primera exposición en la isla desde hace siete años, en la Antidote Art Gallery de Santa Porça.
-Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿Se bañaría en burkin?"
-¿Por qué tendría que hacerlo? Por mi tradición no me incumbe, así que no lo llevaré. Y si una mujer está convencida, no tengo ningún problema en que se lo ponga. En Egipto me visto de distinta manera que aquí, no hay que provocar por provocar. El respeto es fundamental.
-Acaba de salir usted de la cárcel.
-Hago un curso de experimentación textil. Las presas eli-gen prendas de ropa usada buena que traigo de fuera, y la remodulan. La metáfora es la recuperación de la utilidad de una vida inutilizada en este momento. En Alemania lo hice con víctimas de malos tratos.
-¿Maria Antònia Munar asiste al curso?
-No está, y si estuviera no lo diría.
-¿Necesita dibujar durante la entrevista?
-No. Soy muy tranquila, he cambiado mucho. Era más rebelde pero ahora me tomo la lucha por otro lado.
-¿En qué momento dejó de ser alemana y se convirtió en mallorquina?
-Alemana alemana no lo he sido nunca, o no hubiera venido con tanta facilidad. A los cinco años veraneamos en Salou, y supe que el sur era mi casa. La encontré en Mallorca, ahora mismo en Biniali. Y eso que en la isla no se escucha, había de luchar para tener una voz.
-Con el mentón firme, según su autorretrato de 1988.
-Supongo que todavía lo tengo, no me lo he retocado. Sabía que quería pintar y vivir de mi actividad como pintora. Mis trabajos estaban fuera del tiempo que quería dedicar a la pintura.
-Expresionista es sinónimo de alemana.
-Barceló tenía una forma más expresionista en sus primeros trabajos con perros, más guerreros. El expresionismo es desgarrador. No se pinta con pincel, sino con cuchillo. Dejas que tu emoción se traspase al lienzo.
-¿El comprador ideal es como el amante ideal?
-Sí, el que no se enamora del cuadro por su valor económico, sino porque le motiva y le conmueve.
-¿Le cuesta desprenderse de su obra?
-No. Tiene que venderse, tiene que salir del estudio. Después de haber sido acabado, es una carga. Fuera, cuanto antes mejor. Soy una mala madre.
-¿Al final del taoísmo solo queda el color?
-Depuras tanto que llegas a la nada. Es el vacío, el abismo aunque sea blanco. Y vuelvo a la figuración, como Malévich. Y empecé con paisajes, ha sido un camino largo.
-Diría que su color es el azul.
-No tengo uno, tengo muchos. Cuando aparece una idea, determino el color, sin preferencias. En estos momentos son colores muy vivos, porque me he trasladado al campo, antes eran más apagados.
-Todo ha sido pintado antes.
-No me preocupa para nada. Pinto lo que quiero desarrollar, y siempre será mío, no de otros. No me molestan las comparaciones, y es una falacia la exigencia de que en estos tiempos todo ha de ser nuevo. No somos nadie sin el recuerdo de lo que había antes, somos productos de la generación anterior.
-En Mallorca se ha quedado sin naturaleza que consultar.
-Todavía queda, pero no hay que buscar los grandes eventos naturales. Estamos al límite, la encuentro en las hierbas de la pared seca, en las amapolas, en las carreteras secundarias. Me gusta la que surge espontáneamente, en las cunetas.
-Una pintora mediterránea no puede omitir los toros.
-No los pintaría, fui a una corrida en Muro y nunca más. Aguanté porque dibujaba durante la corrida. Lo respeto, pero no puedo compartirlo, quizás ahí me falta la sangre española.
-¿La crisis eliminó a los malos pintores?
-Ha hecho una criba, incluso con los buenos. Nos ha cortado el aliento a todos, muchos artistas han tenido que dedicarse a otra cosa. Yo tuve que cerrar la escuela de diseño. Sobre todo, la crisis se cargó al coleccionista artístico, y seguimos en ella aunque estemos mejor de ánimos.
-Los artistas contemporáneos dirigen equipos y no tocan el género.
-Uno tiene que estar en el punto. Richter encarga a otro que imprima, no sé hasta qué punto estoy de acuerdo. Pienso en un artista que es en gran parte artesano, que está ahí. Además, tendría que explicarlo tanto a mis colaboradores que no podría. Tengo que hacerlo yo.
-Situémonos en 1986, ¿volvería a Mallorca?
-No cuenta el lugar, cuenta la experiencia del lugar. Vivir en una isla es muy curioso, limitado pero protegido. Me gustan Mallorca y sus habitantes.
-Los mallorquines no gustamos mucho.
-El mallorquín necesita tiempo. Tampoco mis cuadros se abren a primera vista, necesitan la segunda o la tercera para abrirse. La velocidad no va con mi carácter.
Diario de Mallorca, 3 de septiembre de 2016